Para entender la finitud del sistema capitalista debemos empezar desarmando a la ideología burguesa descubriendo la historia que jamás nos contaron desde sus instituciones.
¿Se imagina usted que un violador o asesino en serie pudiera obtener la aprobación de la sociedad? ¿Se imagina que ese mismo bandido, excusándose en cualquier pretexto encontrara una justificación por parte de cualquier sociedad? ¿Y si en lugar de un sujeto individual fuera un colectivo de dos, decenas, cientos o miles de bandidos? ¿Le perdonaría usted? Cierto es que cualquiera a quien se plantee semejante cuestión nos tacharía de padecer cualquier tipo de desviación moral. Sepa entonces que algo similar sucede día a día, no solo en aquellas sociedades remotas que vaya usted a pensar se hallan en estados de barbarie como muchas sociedades asiáticas o africanas, esto mismo sucede aquí en occidente, en plena Europa civilizadora de culturas y en potencias tan desarrolladas como EEUU. No, no nos estamos refiriendo a sus guerras, violencia de estado siquiera, ni de sus mafias o redes criminales varias. Estamos tratando algo mucho más sutil: el propio sistema económico, sus relaciones y más concretamente de sus orígenes. Este artículo trata sobre los orígenes de la economía de mercado derivada de la gestión privada de la misma.
Seamos honestos, el capitalismo no es un sistema económico necesariamente malo en su totalidad, al menos no ha sido el más malo de todos. De hecho, es maravilloso que la Humanidad haya avanzado más en menos de 200 años que a lo largo de los más de 800 años de economía feudal. Tamaño salto en el progreso humano solamente es comparable a la revolución agrícola del neolítico que transformó los grupos humanos nómadas a las primeras sociedades asentadas y estables. Luego, ¿Por qué tanto empeño en cambiarlo? No es una cuestión subjetiva, de gustos, modas, opciones o elecciones. No depende tan siquiera de los comunistas ni de aquellos quienes en nombre del comunismo instauran o ponen en marcha estados nominalmente socialistas y/o socialdemócratas y cada vez divorcian más el estado de las clases populares, ellos también serán derrocados. La lucha de clases no cesa aún siquiera en el estadio socialista del cambio de las estructuras de una sociedad, simplemente ellas y las clases sociales revisten nuevas formas.
Para entender la finitud del sistema capitalista debemos empezar desarmando a la ideología burguesa descubriendo la historia que jamás nos contaron desde sus instituciones. Un breve recorrido histórico por las consecuencias de sus orígenes, desarrollo y concentración monopolista de a nuestros días en los que no ha dejado de derramar sangre, dolor y distribución de miseria ni un solo día para la mayoría.
Los orígenes del capitalismo: la llamada acumulación original.
El capitalismo nace manchado de sangre, contrariamente a lo que nos han querido hacer creer de forma romántica (casi en forma de literatura caballeresca medieval) no nace de una actitud emprendedora o valiente, de arriesgar el poco o mucho patrimonio propio para emprender nuevas aventuras económicas en pro del progreso tecnológico y/o humano. Muy al contrario, tuvo su origen en un proceso histórico en el que de una parte tuvo su primera acumulación de riqueza fruto del expolio, saqueo y genocidio colonial de América para más tarde, configurar una nueva sociedad en la metrópoli en la que desposeer a la mayoría de la clase de los campesinos, artesanos, gremios, etc. de sus medios de trabajo y sustento, por medio de la violencia institucional y coercitiva. Esto fue a grandes rasgos y de de forma muy general dicho proceso histórico. Este proceso tiene lugar en Europa desde el s. XVI al XIX.
“Por tanto, el proceso que engendra el capitalismo sólo puede ser uno: el proceso de disociación entre el obrero y la propiedad sobre las condiciones de su trabajo, proceso que de una parte convierte en capital los medios sociales de vida y de producción, mientras de otra parte convierte a los productores directos en obreros asalariados. La llamada acumulación originaria no es, pues, más que el proceso histórico de disociación entre el productor y los medios de producción’’ (C. Marx).
Se puede considerar la acumulación original o primitiva del capital, como una sucesión de las primeras grandes privatizaciones y expropiaciones históricas que a lo largo de décadas dividieron a la sociedad en dos nuevos bandos: a un lado grandes masas de desposeídos y al otro un número infinitamente menor de propietarios dispuestos a explotar el trabajo de los primeros. En términos jurídicos este proceso transformó a los campesinos “presos” de la tierra, cambió se su condición por la de “hombres libres” que únicamente dependían de sí mismos, de su capacidad física y fisiológica para trabajar en manufacturas, fábricas, etc. propiedad de otros, los llamados burgueses/capitalistas. En términos reales, el producto de este proceso fue arrojar a cientos de miles y posiblemente a millones de campesinos a la miseria y dependencia de sus necesidades humanas a las apetencias del capital, o mejor dicho de los dueños del capital. En términos históricos, constituyó un avance en el desarrollo tecnológico de las fuerzas productivas y de la organización del trabajo, el triunfo de la ciencia y del racionalismo frente al dogma de la fe, el triunfo del Hombre sobre Dios.
“…del mismo modo que no podemos juzgar a un individuo por lo que él piensa de sí, no podemos juzgar tampoco a estas épocas de transformación por su conciencia, sino que, por el contrario, hay que explicarse esta conciencia por las contradicciones de la vida material, por el conflicto existente entre las fuerzas productivas sociales y las relaciones de producción.” (C. Marx. Prólogo a la Contrib. De la Economía Política).
Nuestros colegas liberales se podrán excusar en “bueno, es que las estructuras económicas feudales encorsetaron tanto el desarrollo económico y no había otro modo de crear el mundo moderno de otra forma que no fuera a fuerza de expropiaciones, desamortizaciones (por cierto la Iglesia no perdió mucho, eran tierras baldías pero para miles de campesinos eran garantía de sustento diario), etc. Luego las cosas cambiaron”. Mucho tememos que la Historia no opinará del mismo modo. A medida que el sistema capitalista se fue desarrollando y dominando cada rincón del mundo, que el desarrollo de la gran industria y el comercio permitía la realización de cada vez cantidades mayores de plusvalía y de acumulación y concentración capitalista, también la competencia crecía y se hacía más salvaje. Las necesidades del Capital forzaron a métodos más violentos, incluso fuera de sus sociedades y civilizaciones. El librecambio dio lugar a los monopolios y el estado de toda la burguesía en gestor de un puñado de ellos. A partir de entonces, la competencia entre ellos les ha obligado a no solo la realización del comercio sea suficiente si no que para poder competir, continuamente el capitalista o sociedades de ellos, las fuerzas inherentes a la competencia deben renovar y ampliar continuamente la producción, conquistar nuevos mercados y para ello depender cada vez más del capital crediticio. Con esto la caída de la tasa de ganancia sea todavía más profunda y con ella las crisis ya no arruinan a unas cuantas ramas de la producción o comercio si no a toda la economía nacional e internacional. Incluso no habiendo llegado hasta dicho estadio, el capitalismo ya a finales del s.XIX da muestras de que no sólo habiendo superado el lastre de la economía feudal y sus estados las cosas mejoraron si no todo lo contrario, en el continente africano sus pueblos recuerdan episodios tan trágicos como la del pueblo del Congo y Leopoldo II de Bélgica:
El rey Leopoldo de Bélgica, obsesionado por el deseo de una colonia y el monopolio del caucho, oculta sus intenciones reales bajo «filantrópicos» propósitos. Mediante un complejo montaje de intrigas políticas, corrupción y propaganda, se gana la ayuda de uno de los grandes exploradores de su tiempo, Henry Morton Stanley a quien se le financia una campaña de expedición (1879-1884), así como a la opinión de poderosos estados. Mediante la Conferencia de Berlín y otros esfuerzos diplomáticos finalmente obtiene el reconocimiento internacional de su colonia. Establece entonces un sistema de trabajos forzados que mantiene a los nativos de la cuenca del Congo en condiciones de una real esclavitud con el afán de convertirse en el mayor productor y comercializador del caucho.
El rey Leopoldo ocupa su lugar entre los grandes tiranos de la historia. Reduce la población indígena de de 20 millones de habitantes a 10 millones en 40 años. Aquellos que intentaban huir eran obligatoriamente mutilados. Semejantes condiciones no quedan tan lejanas, incluso en pleno s.XX los estados del sur de EEUU hasta hace pocas décadas se reprodujeron tales prácticas sin remordimiento alguno por sus gestores políticos.
“…Escucha el aullido del fantasma del Rey Leopoldo, ardiendo en el Infierno por sus legiones de mancos”. (Vachel Lindsay. Poema El Congo)
Retomando el hilo de nuestro seguimiento a través de la Historia acabamos de ver como contrariamente a una génesis idílica del origen del capital con lo que se encontró la Humanidad fue con todo aquello más parecido a las mayores brutalidades que a las aventuras riesgosas y románticas de emprendedores admirables.
A priori es cierto, en África o al menos en el antiguo Congo Belga ya no existe que sepamos esclavismo, al menos en la magnitud y dimensiones de otras épocas. Es cierto que no se mutilan extremidades a los trabajadores en Occidente y otros muchos países por no desear trabajar en factorías, son las propias relaciones sociales de producción las que obligan a los obreros a seguir trabajando para un capitalista o sociedad de ellos. Algo parece haber mejorado, o no tanto en los siglos posteriores, incluso con el humanismo y racionalismo burgués habiendo triunfado sobre el atraso del feudal, incluso después de la fundación de las Naciones Unidas y la Declaración Universal de los Derechos Humanos la Humanidad de repente se ve enfrentada a descubrir nuevos episodios de barbarie, muy estrechamente ligadas a la acumulación de capital. Unos pocos ejemplos serán suficientes para nuevamente despertar de románticas epopeyas acerca de cómo se lograron acaparar fortunas fruto del trabajo y el esfuerzo, a menos que por ambos entendamos el trabajo de genocidas, torturadores, dictadores varios y el esfuerzo que todo ello conlleva. A continuación unas pinceladas:
– Desarrollo capitalista japonés (finales XIX-mitad XX): más de 5 millones de muertos.
– Principios del s.XX Primera Guerra Mundial: 15 millones de muertos en 3 años.
– Segunda Guerra Mundial: más de 50 millones de muertos.
– A lo largo del s. XX millones de muertos y en dictaduras sudamericanas, africanas y asiáticas. Millones de muertos, heridos y familias huérfanas por culpa del terrorismo religioso en Oriente Medio.
– Siglo XXI: nuevas guerras en Afganistán, Irak, Libia, Siria, Ucrania, golpes militares en Sudamérica y África también como continente permanentemente en guerras tribales en las que tanto Francia, Inglaterra como EEUU se juegan muchos intereses económicos y geoestratégicos.
Aquellos quienes defendemos un sistema radicalmente opuesto al capitalismo apoyados no solo en la historia de la lucha de clases sino porque sostenemos que el socialismo es una necesidad social somos acusados frecuentemente, de seguir una ideología, un sentimiento romántico, utópico el cual, a la hora de ponerse en práctica degenera inevitablemente. No se sabe muy bien en boca del liberalismo si es a causa de una extraña naturaleza/esencia humana que nos convierte a todos los hombres en dictadores en potencia o si la planificación económica inevitablemente tiende al estancamiento de una supuesta innovación, aquella que supuestamente nace de la competencia capitalista. El caso es que se presenta al socialismo como una moda, que en el mejor de los casos tuvo su tiempo e incluso según algunos liberales “progresistas” justificación pretérita pero no en los tiempos actuales.
A raíz de la caída del muro de Berlín se desató nuevamente una ofensiva ideológica del liberalismo (o neoliberalismo como les gusta decir a algunos) con algunos de sus máximos exponentes como nuestro “amigo” Fukuyama quien llegó a decir que con la caída del “bloque socialista”, la Humanidad había llegado al fin de la Historia, inaugurando un nuevo período en el que el capitalismo mundial había triunfado sobre la única alternativa, el socialismo (mejor dicho el mal llamado “socialismo real”). Así las cosas la lucha de clases resultaba haber sido algo pasajero o digamos que ese famoso “motor de la Historia” ya había dejado de funcionar.
Antes nos peguntábamos si el capitalismo era malo o bueno, nuestra respuesta ha sido que no necesariamente es un sistema malo. Sin embargo, la afirmación de lo anterior no es una justificación del capitalismo, el capitalismo es una etapa histórica e incluso necesaria en la historia de la Humanidad pero tan histórica y necesaria como lo fue el neolítico para el desarrollo de la producción agrícola, el esclavismo para la organización social del trabajo en un período, el feudalismo para la superación del esclavismo y el desarrollo todavía mayor de la agricultura, los oficios, etc. En definitiva, cada formación económica encuentra su justificación dadas las condiciones materiales que lo hacen posible en la superación del modo de producción económico y social anfitrión en el que se ha desarrollado, como en la mitología griega Crono derroca a su padre Urano y para posteriormente ser derrocado por sus hijos Zeus, Poseidón y Hades. Nuestra conclusión es que el capitalismo tiene su final, a diferencia de nuestros amigos liberales que lo consideran destinado a perpetuarse “ad infinitum”, justifican sus consecuencias con la Ley natural del Hombre y recitan como cantares de gesta su génesis, producto de las hazañas y el riesgo a perder su patrimonio y acrecentarlo tras mucho tiempo de trabajo y ahorro como hormigas (¿se acuerdan de la fábula con la cigarra?)De exploradores, aventureros y demás literatura más parecida a la caballeresca que al racionalismo burgués.
La burguesía tiende a confundir sus deseos con la realidad y con ello entierra el espíritu que la fortaleció como clase revolucionaria, como parte de la historia progresista de la Humanidad; así empieza a confiarse pensando que el destino divino le allana el camino para seguir reproduciendo el orden económico, el control social y la opresión frente a las masas de desposeídos si se rebelan. La burguesía cuanto más se confía, tanto más oprime y cuanto más reprime tanto más se acerca al tiempo para ponerla de frente al sepulturero. Es en ese preciso momento que la clase obrera comprende que el socialismo no es una opción ni una elección, sino una necesidad histórica, es en ese momento cuando la libertad se torna en necesidad y la violencia organizada arrasa toda esa fortaleza de porcelana llamado estado democrático-burgués y con él a la mayor clase de explotadores que la Historia de la Humanidad conoció jamás.