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¿Hasta qué punto nos pesa la historia de las experiencias socialistas en la vida política de nuestras organizaciones?

En 1917 el fantasma del que hablaron Marx y Engels se hizo corpóreo y por primera vez en la historia existió un atisbo de esperanza para los/as obreros/as de todo el mundo. Entre 1989 y 1991 esa esperanza desapareció finalmente tras una larga agonía, liquidada por fuerzas externas e internas. Se dijo entonces que era el fin de la historia y especialmente, el fin del comunismo. Han pasado poco más de veinte años y sigue siendo un tema candente en las organizaciones y partidos comunistas. Si bien para algunos/as es poco tiempo para realizar un profundo análisis al respecto, viene siendo el momento de exigirnos ciertas reflexiones y cuestionarnos si no estaremos atados en la práctica política por nuestro propio pasado. 

    ¿Hasta qué punto nos pesa la historia de las experiencias socialistas en la vida política de nuestras organizaciones? ¿Arrastramos prácticas ligadas a nuestra historia que nos pueden debilitar en lugar de fortalecer? ¿Somos incapaces de plantear una nueva realidad política sin acudir al pasado? A través de varios aspectos concretos, abiertos a debate, es necesario plantear la necesidad de revisar la relación entre la política que llevamos a cabo y la historia que cargamos sobre las espaldas.

    En primer lugar es fundamental defender las victorias de las experiencias socialistas, pero sin olvidar la crítica hacia los errores cometidos. Porque se cometieron errores, porque no existe la infalibilidad (ni de la organización, ni del gobierno, ni del líder) y porque ningún error puede justificarse por contexto. A veces se tiende a contextualizar tanto las acciones  erróneas llevadas a cabo, que se llega al punto de justificarlas. Que dada la situación se hizo lo mejor posible es algo que podemos comprender en una primera fase del análisis, pero hay que profundizar y no debemos alejarnos de la necesidad de una crítica elaborada y contundente que nos haga aprender de los errores cometidos. Ya que ahí está la clave, si no hay error no hay aprendizaje. Las victorias, éxitos y aciertos deben defenderse para contrarrestar en la medida de lo posible la brutal propaganda anticomunista que viene dándose tras la Segunda Guerra Mundial, pero esta defensa no puede estar carente de crítica o dejarse llevar por un exceso de optimismo hacia lo que fue la primera oleada de socialismo en la historia. A veces, nos centramos demasiado en hacer valer los aspectos positivos que tuvieron los distintos estados socialistas para luchar contra las mentiras que se vuelcan, pero hay que saber ser críticos/as y no caer en una idealización de lo que pasó.

    Por otro lado, uno de los errores que arrastramos los/as comunistas tras 1989 es el caer en seguidismos históricos y lo que podría denominarse como buscar referentes a cualquier precio. Los distintos estados socialistas que se dieron en el siglo pasado tuvieron una serie de características variadas, algunas muy propias de la idiosincrasia de sus pueblos. El seguidismo político hacia la Unión Soviética, y en menor medida hacia la República Popular China, fue un gran error que aún entendíendolo por las extraordinarias circunstancias, se debe analizar y criticar. En un sentido similar a esto, tras la caída de la URSS, algunas organizaciones y partidos comunistas mantuvieron absurdamente las antiguas alianzas que dividían el movimiento comunista internacional, incluso aquellas que se formaron posteriormente a la caída del bloque soviético. Se ha dado cierto seguidismo histórico hacia posturas anuladas por el paso de la historia, pero que políticamente todavía no se han superado. Se da también cierta necesidad, no en todas las organizaciones ni de la misma forma, de tener referentes como sea, a cualquier precio. Referentes que en algunas ocasiones no sirven como procesos de los que aprender,  sino como modelos que copiar y pegar sin atender a la realidad concreta de cada lugar. El precio a pagar es el sectarismo, el izquierdismo o el dogmatismo.

Sin duda, otro de los puntos que más polémica pueden generar es lo que podría denominarse como el lastre del folclorismo. Siguiendo la idea de seguidismo histórico, todas las organizaciones y partidos comunistas usaron una simbología e imaginario muy similar, nacido de la primera experiencia socialista. Con el fin de la URSS este imaginario se ha mantenido en muchos casos. Todo esto: banderas rojas, hoces y martillos, retratos de líderes soviéticos, puño pegado a la frente… solo es una parte del folclore que podemos identificar. También afecta al lenguaje y a ciertas actitudes: como nos comunicamos como organización de cara a las masas, las formas de comportarse y hasta de entender la actual lucha por el socialismo. Esas formas e imaginario, suponen un lastre. Un peso más que cargamos ligado a nuestro pasado que, en el mejor de los casos, nos hace avanzar más lentos ya que no sirve a los propósitos de la lucha, sino a la nostalgia de quienes los enarbolan. Sin embargo, no se ha realizado un análisis de donde viene todo ese imaginario y de la razón de ser de su pervivencia en la actualidad.

    Por último, la idea final y principal de este artículo es que necesitamos superar el pasado. Es evidente que muchos/as no han podido o sabido superar el trauma de 1989 y reconducir su lucha por el socialismo en el nuevo panorama alejado de las ataduras del pasado. Otros/as hemos llegado tras la caída de la URSS en un contexto muy diferente que los/as que vivieron tal suceso, pero igualmente en muchos casos hemos asumido dicho pasado como nuestro, para bien y para mal. Esto no supone en ningún caso ocultar o romper con el pasado socialista, pero sí saber absorber las enseñanzas de los éxitos y aprender de los errores a través de la crítica y el análisis. Parte de nuestro actual devenir político está negativamente ligado a algunas prácticas que tienen su origen en un mundo que ya ha desparecido, pero del cual seguimos tomando elementos que no nos benefician. Sobre esto una última reflexión, o más bien, una afirmación en voz alta que aúna todo lo anteriormente dicho: las experiencias socialistas que se han dado fueron fruto de la realidad de su momento. A día de hoy esa realidad es diferente y los futuros estados socialistas puede que tengan poco o nada que ver con los que se iniciaron en 1917. Tomando esta idea como referencia, razón de más para no ligar nuestra práctica al pasado. No se trata obviar o esconder, sino de aprender y avanzar.

    El eje central de este artículo realmente es hacer reflexionar sobre estas cuestiones. Lo expresado arriba no son más que una serie de ideas meditadas a lo largo de un tiempo, sobre cuáles pueden ser los elementos históricos que más pesan a las organizaciones comunistas en su práctica política actual. No se pretendía realizar una sesuda y detallada argumentación, sino más bien exponer un esbozo para que reflexionemos al respecto. Provocar con la intención de que haya quien responda a lo aquí expuesto. Algo así como escabullirse tirando la piedra y escondiendo la mano, ya que lo mejor sería un debate abierto a todo/a aquel/lla que quiera participar tomando parte por la postura que considere, de uno o más puntos, y desarrollando una mayor y mejor argumentación. Como punto final sería apropiado recuperar las preguntas propuestas al principio de este artículo, para que una vez leído se vuelva a pensar en ellas. 

¿Hasta qué punto nos pesa la historia de las experiencias socialistas en la vida política de nuestras organizaciones? 

¿Arrastramos prácticas ligadas a nuestra historia que nos pueden debilitar en lugar de fortalecer? 

¿Somos incapaces de plantear una nueva realidad política sin acudir al pasado?