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Dadas las actuales condiciones, la participación de la clase obrera en las instituciones burguesas es una táctica positiva en la construcción de una conciencia de clase en sí, que sirva como base de una conciencia de clase para sí.

El dogmatismo es, sin lugar a dudas, uno de los peores errores en los que puede incurrir un materialista: asumir que hay fórmulas incuestionables, conclusiones inamovibles o sentencias irrefutables es atentar directamente contra la noción de cambio constante que constituye uno de los ejes del materialismo dialéctico. Y es, por desgracia, uno de los errores más frecuentes del Movimiento Comunista, que lastran e incapacitan a las organizaciones autodenominadas “comunistas” a la hora de afrontar sus luchas y su tarea de servir como herramienta revolucionaria para los intereses de la clase obrera.

Múltiples cuestiones se ven afectadas por desviaciones dogmáticas, pero una especialmente recurrente es la concerniente a la participación obrera en las instituciones burguesas: hay quienes, desde el lado de la desviación derechista, capan al movimiento obrero encauzando sus fuerzas en los estrechos márgenes de un escaño cuando éste los supera ampliamente, y hay quienes, desde el lado de la desviación izquierdista, nunca encuentran cauces lo suficientemente anchos para el movimiento obrero, sin importar la fuerza de éste, su realidad particular o su situación como clase ante el conjunto de la sociedad.  Así, es común encontrar dos posiciones opuestas: o bien hay que participar en las instituciones burguesas, o bien hay que rechazarlas en cualquier circunstancia. Ambas posiciones, como axiomas grabados en piedra que pretenden ser, son claramente erróneas.

Como materialistas, debemos ser conscientes de que, como toda táctica, la participación institucional sólo puede asumirse o rechazarse en función de las condiciones materiales concretas; ésta es una realidad que se ve reforzada por la abundancia de citas y escritos al respecto, tanto de los clásicos como de autores contemporáneos, con frecuencia contradictorias. Los dogmáticos, amantes de las citas descontextualizadas, sacan su batería de fragmentos de textos marxistas, a favor o en contra, sin parar por un segundo a considerar las condiciones históricas en que se dieron estas citas. Y así, constantemente, caen en un debate estéril y cuasi-religioso cuyo único sustento son las viejas palabras de algún pobre materialista al que han convertido en profeta o apóstol del idealismo dogmático.

Por eso, nuestra labor como comunistas es considerar las condiciones concretas al abordar el debate sobre el electoralismo, y no aplicar a los países europeos de principios del siglo XXI aquella cita de Lenin de la Rusia de principios del siglo XX. ¿Qué condiciones, pues, debemos considerar? Nos encontramos ante una prolongada etapa de descomposición de la clase obrera, durante la cual la tónica generalizada ha sido el seguidismo a políticas impulsadas por otras clases, algo que se ha visto favorecido por la ausencia de una vanguardia organizada que reivindique los intereses de la clase obrera y su papel revolucionario. Todas las clases sociales cuentan con organizaciones políticas que, en mayor o menor medida, defienden sus intereses; todas, a excepción de la clase obrera. La clase obrera ha ido, hasta ahora, detrás de otras clases sociales, sin analizar en qué grado coincidían sus intereses con  los de aquellas a las que han seguido casi ciegamente. La gran burguesía ha hecho y desecho a su antojo, mientras la clase obrera tragaba e iba detrás. Hoy en día, es la pequeña burguesía la que, al verse condenada a la desaparición por la actual crisis estructural, confronta con la gran burguesía; y, una vez más, la clase obrera va detrás de alguien.

Incluso aunque existan sectores de la pequeña burguesía o de la aristocracia obrera que se arrogan la representación de la clase obrera, ésta representación no es efectiva, sino que sirve a sus propios intereses. Los intereses de la clase obrera, que solo pueden ser defendidos por la propia clase obrera, no cuentan hoy en día para nadie, ya que sólo la clase obrera puede salvar a la clase obrera. Aún así, en los tiempos recientes apenas ha existido entre los obreros y obreras conciencia de clase en sí, y no digamos ya conciencia de clase para sí.

Es sobre esta realidad que hemos de plantear la participación obrera en las instituciones burguesas. No porque creamos que es posible vencer al capitalismo desde las mismas, ni porque nos corrompamos y nos vendamos a la clase dominante. La planteamos como una táctica posible a la hora de afrontar la inexistencia  de una clase obrera estructurada como sujeto político, a la hora de recuperar la identidad de clase y abandonar el seguidismo desastroso que nos ha traído hasta esta terrible situación de ofensiva abierta contra la clase obrera, con una escasa y débil respuesta.

Hasta ahora, los únicos espacios en los que la clase obrera organiza su defensa son los centros de trabajo; los únicos espacios en los que la clase obrera se organiza en estructuras por y para la clase obrera son los centros de trabajo. Los obreros sólo se plantean una lucha económica, una reivindicación defensiva, entorno a los sindicatos. Fuera de este entorno, la clase obrera sólo sirve como escudera, como infantería, en las luchas de otras clases. Y, sin plantear una lucha política, una lucha que salga de los centros de trabajo para abarcar toda la sociedad, una confrontación abierta en todos los frentes y espacios contra los grandes empresarios y banqueros, es imposible derrotar a la clase dominante que éstos conforman, y a su sistema  injusto, opresor y explotador. Para llevar a los obreros a la victoria, es imprescindible hacerles ver que su lucha va más allá del centro de trabajo, y plantear la lucha contra la clase dominante no como una lucha económica, sino como una lucha política.

Dadas las actuales condiciones, la participación de la clase obrera en las instituciones burguesas es una táctica positiva en la construcción de una conciencia de clase en sí, que sirva como base de una conciencia de clase para sí. Es importante colocar, a través de los distintos espacios de confluencia que se abren ante nosotros, a obreros en las instituciones: primero, porque demuestra al conjunto de los obreros y obreras que la verdadera lucha no consiste en ganar las elecciones sindicales e ir a la huelga, sino que se trata de una lucha global entre clases. Demuestra que la clase obrera es la única capaz de defender y representar a la clase obrera con garantías, y que los intereses y objetivos de la clase obrera no están a salvo mientras los resortes ejecutivos y legislativos estén en manos de la burguesía.

Y segundo, porque permite empezar a formar y forjar a los cuadros obreros de cara a la construcción de las nuevas instituciones socialistas: a través de la práctica, pueden asumir los elementos positivos de las estructuras de gestión capitalista, así como comprender los errores que las hacen inviables para la implementación del socialismo. A la hora de construir la institucionalidad socialista, será vital contar con experiencia en labores administrativas, ejecutivas y legislativas, y será vital la experiencia de estos cuadros obreros, llamados a constituir la espina dorsal del nuevo Estado.

A día de hoy, por nuestras capacidades, esta participación se circunscribe a la política municipal que, por su cercanía con la ciudadanía y las clases trabajadoras, es un espacio ideal para que los concejales obreros adquieran experiencia. Llegado el momento, será necesario plantear la viabilidad de la participación obrera en las instituciones superiores, siempre desde la conciencia de que esta participación responde a cuestiones tácticas propias de la lucha revolucionaria, y no constituye un elemento del cuerpo teórico del marxismo. En este aspecto, como en todos los demás, es nuestro deber combatir al dogmatismo, y poner al servicio de la clase obrera todas las herramientas posibles en la lucha contra el capitalismo cuando éstas permitan seguir avanzando hacia una democracia al servicio de la mayoría social.

Debemos reconstruir la conciencia de clase en sí, como primer paso para plantearnos la construcción de un movimiento revolucionario basado en la conciencia de la clase obrera para sí: y para ello, debemos volver a convertir a la clase obrera en sujeto político, trasladar su lucha desde los centros de trabajo hasta todos los espacios donde haya que enfrentarse a la clase dominante. Sólo si la clase obrera asume un papel dirigente en la lucha política, podremos superar al capitalismo. Y para recuperar ese papel dirigente tenemos que empezar por la base, para ir arrebatando nuevos espacios a la clase dominante: hoy, podemos comenzar por arrebatar los espacios municipales a través de la elección de concejales obreros.

Es el momento de que la clase obrera deje de seguir a otras clases sociales, y de que sean otras clases sociales las que sigan a la clase obrera en la lucha por la democracia y el socialismo. Sólo así podremos construir democracia para la mayoría.