Debemos utilizar todo avance para acumular fuerzas y lograr construir un verdadero poder popular.
El pasado domingo 24 de mayo se dibujó en España un panorama político que trastocó seriamente lo establecido desde hace bastantes décadas, se puede decir que revolvió los esquemas preconcebidos de la transición. En las últimas elecciones municipales el tradicional bipartidismo que había sido herencia del régimen, se vino abajo parcialmente. Entre los dos partidos políticos principales PP y PSOE solo lograron sacar un 52% de los votos.
Hemos visto un éxito tremendo de las candidaturas de unidad popular, allí donde se han podido materializar. Los éxitos más notables son los de la plataforma Ahora Madrid, encabezada por la jueza Manuela Carmena, y Barcelona en Común, cuya cabeza visible era la antigua portavoz de la PAH Ada Colau.
Pero no debemos olvidar que su triunfo se debe al incondicional apoyo recibido de esas personas que están día tras día trabajando en las calles, personas que hacen política a pequeña escala y que juntando sus fuerzas persiguen la materialización de transformación de la sociedad. Estos son los imprescindibles, pues sin su granito de arena diario estas personas serían meramente otro relevo del podrido que tenemos.
En resumidas cuentas, no les hemos ganado pero les hemos dado un duro golpe. El campo progresista ha hecho grandes avances y ha conseguido debilitar la hegemonía del bipartidismo y gobernar en importantes ciudades, o por lo menos condicionar gobiernos municipales y autonómicos. Pero tener el gobierno no es tener el poder, aunque políticamente e ideológicamente se encuentren debilitados, los que de verdad dirigen el país, (banqueros, especuladores, grandes empresarios) que siguen controlando los bienes y los recursos más importantes de la sociedad, además del poder económico y el poder mediático. Desde los tiempos de la dictadura franquista los distintos gobiernos han mantenido en las instituciones públicas, cuerpos reaccionarios y organismos truncados para impedirnos que todo esto cambie.
Los nuevos cargos electos, por muy buenas intenciones que tengan, van a tener que desarrollar su labor en unas instituciones que no son nuestras, que están hechas para dificultar la participación de los trabajadores y trabajadoras y mantener un sistema que prima el beneficio de unos pocos sobre los intereses de la mayoría. Un caso claro lo vimos cuando el Tribunal Constitucional derogó el decreto de la Consejería de Vivienda de la Junta de Andalucía, encabezada por una compañera de Izquierda Unida, que permitía “expropiar” las viviendas vacías que tenían en propiedad los bancos para alojar a familias desahuciadas. Estos éxitos electorales servirán de poco si no los acompañamos de un refuerzo de la movilización en las diferentes luchas, (por la educación, por la sanidad pública, por nuestros derechos laborales…) debemos fortalecer los movimientos sociales y elevarlos hasta convertirlos en verdaderos órganos de expresión de la voluntad popular.
En definitiva de poco sirven estos avances en este juego si jugamos con las cartas marcadas. Debemos utilizar todo avance, ya sea en materia electoral o cuando se gane un conflicto laboral, para acumular fuerzas y lograr construir un verdadero poder popular, un poder que sirva a los intereses de la mayoría. Esto es algo que deben tener claro los compañeros que han alcanzado puestos de representación institucional, deben utilizar sus cargos para ser organizadores colectivos e impulsar la construcción de un nuevo poder, deben utilizar las instituciones para subvertirlas no para mejorarlas. Así mismo deben rendir cuentas ante sus votantes de los avances exigidos, y estos exigirlas. Es de esta manera que podemos conseguir que lo ocurrido el domingo se convierta en un primer paso para conseguir una verdadera democracia para los trabajadores y no en una anécdota con fecha de caducidad. De momento, hemos conseguido acercarnos en nuestro objetivo de ganarles en las urnas, pero no debemos olvidar que todavía nos queda el más importante; ganar en las calles.