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Sin un movimiento obrero que esté capacitado para actuar como clase revolucionaria, todo proyecto de Unidad Popular, cimentado sobre la ideología pequeñoburguesa, está condenado a victorias de mínimos, cuando no a una derrota estrepitosa.

La burguesía a la ofensiva desatada, la clase obrera a la defensiva

Debido a la situación del equilibrio de fuerzas en la lucha de clases, en la que la burguesía se encuentra claramente en ventaja, durante los últimos años la perspectiva de todas las movilizaciones de la clase obrera se limita a plantear conflictos defensivos. La ausencia histórica de un Partido Comunista, como organización política de la clase obrera, como expresión organizativa del movimiento obrero armado con el marxismo y capacitado para plantear una alternativa al capitalismo, ha colaborado a construir la atmósfera generalizada de que el modelo de sociedad que han construido los bancos y las grandes empresas es “el mejor de los mundos posibles”, o, al menos, el menos malo.

Así pues, todas las luchas se plantean desde la perspectiva no ya de avanzar (¿hacia dónde?, es la pregunta que se hacen las masas sin encontrar una respuesta aparente) sino de no retroceder. La mentalidad general es que debemos capear el temporal y defender todos los derechos conquistados hasta que termine la crisis; hay incluso quienes creen que debemos sentarnos a negociar, reconocer que hemos vivido demasiado bien, y hacer ciertas concesiones a cambio de garantizar la estabilidad del “mejor de los mundos posibles”.

No podemos culpar a las masas por su posición política, por defender estas posiciones, por muy erróneas que puedan llegar a ser: hacerlo sería un insulto al materialismo dialéctico que, como comunistas, guía nuestras acciones. La culpa de la situación política de las masas corresponde a dos actores: el capitalismo y todas sus herramientas de sumisión, educación y manipulación, y a nosotros, como comunistas que trabajamos en la realidad de una importante hegemonía capitalista. Sabemos como actúan los empresarios y banqueros, y como movilizan todo su aparato para golpear constantemente a las masas, y en especial, a la clase obrera; asumir que ha sido únicamente su labor la que nos ha llevado a esta situación, sin realizar ninguna autocrítica, supone asumir nuestra incapacidad para hacerle frente, e, implícitamente, la victoria del capitalismo, y nos lleva a una lucha absurda que consiste en mantener estúpidamente, y como un fin en sí mismo, nuestra propia trinchera.

Los claudicadotes, los derrotistas y los oportunistas de derecha pueden dejar de leer en este punto y volver a lamentarse por “nuestra derrota histórica” – que no es más que su derrota histórica, que insultantemente intentan colgarnos a los comunistas – y a plantear su lucha defensiva reformista entorno a sus desvencijadas trincheras, a la espera de que el enemigo acumular las fuerzas suficientes para barrerles.

Quienes defendemos y planteamos el proyecto socialista debemos echar la vista atrás y reconocer que han sido, necesariamente y en última instancia, nuestros errores los que han constituido el germen de esta situación. Inducidos o no, conscientes o no, no dejan de ser nuestros errores los que han permitido al capitalismo tomar ventaja en una lucha que, por su propia naturaleza, está condenado a perder. Corregir esos errores y encauzar de nuevo nuestra labora hacia la construcción de una alternativa socialista es nuestra tarea primordial. Y es vital que esta alternativa conecte con la realidad de las masas y ofrezca una solución a sus problemas, y que no se limite a satisfacer ciertas parafilias folklóricas.

Tan grave es rechazar el proyecto socialista, tácita o abiertamente, como negarse a construir un proyecto real escudándose en prácticas y experiencias de hace un siglo. Ello no debe suponer renegar de estas experiencias ni rechazarlas, sino sencillamente analizarlas en sus contextos particulares, extraer enseñanzas de las mismas, defender sus aciertos y corregir sus errores, en lugar de repetirlos, a la hora de abordar la construcción de nuestra propia vía al socialismo.

Entonces, ¿cuál es nuestra labora como comunistas? Claramente, trabajar por superar la ausencia histórica de un Partido Comunista y avanzar en su reconstitución. No por la reconstitución del PCE, ni por la reconstitución del PCOE, ni por la reconstitución del PTE… sino por la reconstitución del Partido Comunista, como expresión ideológica de un proyecto revolucionario opuesto al modelo de la minoría social de empresarios y banqueros, y como expresión organizativa de la vinculación entre el movimiento obrero y el socialismo científico.

El proyecto del Partido Comunista no es un proyecto de siglas, sino un proyecto político socialista; a la vista de esta realidad, es incuestionable la importancia de que los comunistas trabajemos codo con codo, estrechamente, con el movimiento obrero, en un proceso de aprendizaje y realimentación mutua.

 

La unificación de las luchas obreras y la unidad de la clase obrera

Hasta hace muy poco, la única manera de abordar el trabajo con el movimiento obrero era trabajar cada conflicto laboral, cada centro de trabajo, prácticamente por separado; hoy en día sigue siendo el principal y más importante frente de trabajo para los comunistas, pero, fruto de la agudización de las contradicciones de clase, estamos siendo testigos de la apertura de espacios que buscan la unificación de las luchas obreras. ¿Qué importancia tiene este hecho para nosotros? ¿Cómo planteamos nuestro trabajo en estos espacios de unificación?

Es evidente que el planteamiento que impregna estos movimientos es el mismo que dirige todas las luchas que se plantean como una oposición a la ofensiva que está lanzando la burguesía en busca de detener la caída de su tasa de ganancia y recuperar la senda del crecimiento… de sus beneficios.

Así, las luchas se plantean desde la perspectiva defensiva de no ceder terreno. Este no es, de entrada, un planteamiento erróneo desde un punto de vista agitativo, porque plantea una reclamación razonable e inasumible para la burguesía; la cuestión es que, si es la única motivación de la lucha y el pilar fundamental de un proyecto político, nos encontramos desarmados ante empresarios y banqueros y condenados a la derrota. Los proyectos de unificar las luchas giran entorno a la creencia de los colectivos obreros de que, a través de su unidad, pueden alcanzar la victoria en sus luchas particulares; y no sólo no es una creencia errónea, sino que es además una táctica acertada.

El problema se plantea al limitar el proyecto de la unidad a estos objetivos defensivos y de mínimos, pues ello no puede ofrecer una solución definitiva a los problemas de los trabajadores sino que los va posponiendo una y otra vez hasta que la burguesía no puede asumir más soluciones temporales y termina por aplastar estas movilizaciones imponer condiciones durísimas.

El marxismo nos enseña que el socialismo es la única vía a una solución definitiva a los problemas de los trabajadores, pero los trabajadores, privados de un Partido Comunista que represente sus intereses, no tienen manera de llegar a esa conclusión. El conocimiento no llega por ósmosis, sino que somos los comunistas quienes tenemos que ofrecer las herramientas a los trabajadores para que comprendan esta realidad; leerles el evangelio de San Marx y enviar a nuestros Apóstoles del Socialismo a iluminarles y contarles la verdad ni es ni puede ser la vía adecuada para ofrecer esas herramientas.

La vía adecuada pasa por acompañarles, comprenderles, apoyarles y aprender de ellos para saber como enriquecernos mutuamente en una simbiosis revolucionaria, qué herramienta ofrecer y cuando hacerlo: nosotros no conocemos los detalles de cada uno de los conflictos laborales en los que podamos intervenir, y por tanto no podemos pretender ofrecerles una taladradora para quitar un clavo. Tampoco conocemos sus planteamientos y maneras de abordar todos los distintos conflictos: hay quien prefiere desmontar un mueble pieza a pieza para tirarlo, y quien prefiere destrozarlo a martillazos. Nuestra tarea es disponer de una amplia caja de herramientas tácticas que ofrecer, y aprender de ellos y de su realidad cual es la más apropiada para cada caso particular, siempre con el objetivo de construir juntos el proyecto socialista.

Los espacios de unificación de las luchas obreras permiten a los distintos obreros avanzar en la construcción de una conciencia de clase en sí como primer impulso evidente para la necesidad de constituir una organización política por y para su clase, así como percibir similitudes entre sus luchas particulares. Los menos avanzados sólo verán allí herramientas para vencer en sus luchas particulares, y tendremos que ayudarles a ello. Pero los más avanzados percibirán en esos patrones que se repiten los fundamentos elementales de las leyes del capitalismo: leyes que les condenan a la explotación y la alienación.

Es a esos elementos a los que debemos dedicar la mayor parte de nuestro esfuerzo, para poder ofrecerles la solución socialista, como solución determinante, como victoria final y total. Una vez lo comprendan y asuman, las filas del proyecto organizativo socialista se verán reforzadas; y cuando esta comprensión y esta asunción se hagan extensibles a sectores importantes del movimiento obrero, podremos hablar de que ese proyecto organizativo socialista se ha instituido en Partido Comunista. Este ha de ser nuestro trabajo, en estos momentos, en estos espacios.

 

Hacia la construcción de la Unidad Popular contra la oligarquía y los monopolios

Una vez que fortalezcamos el proyecto socialista y el marxismo entre los elementos más avanzados del movimiento obrero, a los que muy seguramente encontremos en los espacios de unificación de luchas, la tarea de asentar la hegemonía en el conjunto del movimiento obrero pasará por elevar la conciencia de los elementos menos avanzados, trabajando por la construcción de un movimiento obrero dirigido por una línea y un proyecto revolucionarios. Los espacios de unificación de luchas pasarán de ser una unidad temporal de luchas particulares para victorias temporales, a constituirse en una expresión de la conciencia para sí de la clase obrera por la victoria final del socialismo, estrechamente vinculados al Partido Comunista.

Estaremos en un punto en el que el proyecto socialista pueda plantearse, nuevamente, como una alternativa política al capitalismo monopolista; ¿pero habremos llegado al punto en que pueda lanzarse la lucha revolucionaria para abolir por completo la propiedad privada de los medios de producción?

Todo parece indicar que no, al menos no de forma completa: el imperialismo ha trasladado grandes áreas de la producción a diversos países, instituyéndose en una verdadera clase global. En este sentido, las clases trabajadoras llevan una importante desventaja, aisladas y reducidas a una precaria conciencia que se limita a las fronteras de su país. Esto ha supuesto un debilitamiento de las filas de la clase obrera industrial – aunque menor de lo que quieren hacernos creer –, desplazándola en los países más desarrollados de la primera posición en términos de fuerza de trabajo empleada; a pesar de esto, no se ha producido un cambio estructural en el capitalismo que haya modificado la importancia de la clase obrera en el proceso productivo: sigue siendo la única clase capaz de derrotar al capitalismo y augurar el triunfo del socialismo.

Nos encontramos ante una situación precaria: por un lado, solo la clase obrera puede garantizar la victoria final del socialismo, y por otro, aún no cuenta con la fuerza suficiente como para garantizar la derrota final del capitalismo. ¿Cómo actuamos ante esta realidad¿ ¿Trabajamos sólo el movimiento obrero y esperamos a que el desarrollo del capitalismo termine por volver a convertir a la clase obrera industrial en mayoritaria?

Evidentemente, no. Ni siquiera sabemos si el desarrollo del capitalismo va a volver a colocar a los obreros industriales como clase mayoritaria en los países desarrollados, porque ello depende también de cómo se resuelvan ciertas contradicciones en las que tenemos poca capacidad de influencia. Como materialistas, debemos trabajar con la realidad que tenemos y sobre la que podemos actuar: el proyecto socialista debe aunar todos los esfuerzos que se oponen a la explotación capitalista, y buscar una alternativa de mínimos entorno a la resolución de las contradicciones principales, al tiempo que la solución de esas contradicciones impulsa nuevas contradicciones hacia el plano principal.

En esa rueda que va girando a medida que encontramos solución a las contradicciones, debemos identificar el momento en que nos encontramos y actuar en consecuencia. Y este momento requiere de una acumulación de fuerzas por parte de la clase obrera antes de plantear la desaparición definitiva de toda forma u expresión del capitalismo. Por ello, debemos plantear una unidad de clases que incorpore a sectores sociales (pequeños burgueses, aristocracia obrera, agricultores…) interesados por la derrota del capitalismo monopolista y por la resolución de determinadas contradicciones principales que les resultan tan dañinas como a la clase obrera. Y, desde allí, lanzar, en el momento adecuado, una nueva ofensiva para terminar de derrotar al capitalismo.

Hoy en día ya hemos escuchado la consigna de unificar todas las luchas: por el momento, es una consigna vacía y pequeñoburguesa, pero no debemos descalificarla permanentemente, sino complementarla con la tarea prioritaria de capacitar a la clase obrera para que esté en condiciones de liderar todas las luchas. Todas las luchas democráticas, pequeñoburguesas y otras luchas ligadas a planteamientos defensivos tienen en común con el proyecto socialista la oposición al capitalismo monopolista, y debemos aprovechar esas alianzas temporales; pero solo la clase obrera, enarbolando el proyecto socialista, puede pasar a la ofensiva para ofrecer la solución definitiva a todas las luchas generadas por las contradicciones del capitalismo.

 

Conclusiones: la clase obrera, su partido y su papel en la unidad popular

Sin el marxismo, el movimiento obrero se mueve por impulsos inmediatos, como reacción a las continuas agresiones del capitalismo, y sin un proyecto político que permita resolver sus contradicciones; abandonado a su suerte por intelectuales del tres al cuatro y repudiado por los iluminados posmodernos, el movimiento obrero queda a expensas de los intereses y estrategias de la pequeña burguesía, cuyas motivaciones y objetivos finales difieren prácticamente en todo de los intereses de los obreros.

En esa coyuntura, impulsado por la realidad y las consecuencias materiales de las contradicciones del capitalismo, el movimiento obrero apenas si lucha por la supervivencia, denigrado, minimizado y marginalizado por los pequeñoburgueses a los que sigue y cuyas ideas y planteamientos intenta hacer propios, por considerar – erróneamente – que son los únicos capaces de agrupar una fuerza suficiente como para solucionar sus problemas.

Sin embargo, la realidad es tozuda y termina por imponerse sobre los sueños húmedos de los oportunistas y reformistas: el movimiento obrero vive en su día a día unas contradicciones que muestran con crudeza al capitalismo como último responsable de todos sus problemas. Y luego, cuando llega la calaña de todo tipo y arremete contra el movimiento sindical, cuando los iluminados les cuentan que la clase obrera ya no existe, cuando los imbéciles hablan de los coches oficiales o las dietas, hay algo dentro de muchos obreros que se revuelve. Hay algo que no cuadra entre lo que escucha y lo que vive: el obrero experimenta y observa las contradicciones del capitalismo, pero, sin marxismo, carece del conocimiento y la información necesarias como para encontrar una explicación a esa duda que germina en su interior, a ese choque entre lo que oye y su realidad material.

Por ello, recurre a soluciones erróneas o incompletas, y se ve abocado a caer en vías muertas como el folklore histórico absurdo, el izquierdismo nihilista recalcitrante o un inmediatismo ligado a la resolución de las contradicciones superficiales. Todo ello tiene, a su vez, las correspondientes expresiones organizativas, cuyos planteamientos replican los errores – de mayor o menor gravedad – de sus líneas de acción.

Es aquí donde, como comunistas, nos corresponde intervenir y actuar de modo que ofrezcamos una explicación correcta a las inquietudes del obrero, lo cual, a su vez, promoverá la evolución de las expresiones organizativas del movimiento obrero hasta alcanzar su grado último, el Partido Comunista. Nuestra tarea explicando las leyes del capitalismo, disponiendo de herramientas para comprenderlas, y ofreciendo la solución socialista es indispensable. Nuestro deber, en estrecha colaboración con la propia vanguardia de la clase obrera, es dotar a las masas obreras de teoría revolucionaria, para que pueda construirse la organización revolucionaria.

Este es un requisito indispensable para que la Unidad Popular llegue a buen fin: sin un movimiento obrero que esté capacitado para actuar como clase revolucionaria, todo proyecto de Unidad Popular, cimentado sobre la ideología pequeñoburguesa, está condenado a victorias de mínimos, cuando no a una derrota estrepitosa. Los comunistas que hoy por hoy enarbolan la Unidad Popular como solución milagrosa, como bálsamo de Fierabrás para los problemas de los trabajadores, no son, en este momento, más que traidores a la clase obrera, enemigos de clase disfrazados de dirigentes obreros que estén dispuestos a lanzar a los trabajadores a la lucha como carne de cañón, como infantería dirigida por la pequeña burguesía, como peones sacrificables en una partida ajena.

Sin Partido Comunista, sin la clase obrera a la cabeza del frente interclasista, no hay esperanzas de derrotar al capitalismo, de resolver y superar sus contradicciones: trabajar por la Unidad Popular sin trabajar por la reconstitución del Partido Comunista es trabajar para intereses contrarios a la clase obrera; trabajar por la reconstitución del Partido Comunista sin trabajar por la Unidad Popular es caer en el izquierdismo dogmático. Ambas tareas son primordiales para los comunistas y vitales para el futuro de la clase obrera y de toda la sociedad, y como tales reclaman nuestro trabajo y dedicación.