La competencia es una ley fundamental del régimen capitalista y otra es la propiedad de los medios de producción. Las condiciones de vida de la clase obrera se someten a éstas.
Toda familia obrera, de una manera más o menos consciente, realiza un ejercicio de planificación económica familiar con el objeto de tratar de dar coherencia a sus ingresos y gastos en el presente y a futuro para cubrir sus necesidades, socialmente establecidas.
Mensualmente hacen una previsión de los gastos habituales que tienen. Pero no todo gasto es de desembolso inmediato o, como dirían en las empresas, de amortización inmediata. Las familias obreras no poseen, al contrario de lo que sucede en muchos casos de familias burguesas, una acumulación dineraria suficiente para afrontar determinados gastos importantes y necesarios (una vivienda, un coche, etc.) como para que pueda ser pagado en el mismo momento de la compra.
El dinero usado para la compra de estos productos -y otros- procede de las rentas del trabajo, es decir, de los salarios. Es decir, del valor de su fuerza de trabajo expresado en horas de trabajo, que es inferior a los valores totales producidos por su trabajo y materializados en forma de mercancía. Una acumulación dineraria de estos salarios representa, en el caso del presente artículo, cantidades de fuerza trabajo con el objetivo de acceder a la compra de una mercancía que contiene una gran cantidad de horas de trabajo de muchos otros obreros y obreras, como una vivienda o un coche.
Cuando los trabajadores afrontan el pago de la vivienda o del coche, lo realizan desde la previsión a futuro del salario que percibirán para reproducir su fuerza de trabajo, incluida la familia, en las condiciones de la sociedad en la que vive. Así, pues, las familias hacen una previsión de gastos, que podrá ser más acertada o menos en función de muchos factores, como puede ser el inducido ideológicamente para el consumismo desenfrenado y la firma de créditos al consumo (asunto cuyo tratamiento daría para otro artículo mucho más extenso que el objeto de éste). Igualmente, las épocas de relativa “bonanza económica” y de aparente sin fin ascenso económico pueden dar lugar a crear una imagen de seguridad para afrontar estos gastos. Por tanto, en la compra de una vivienda se realiza una estimación de los salarios a percibir en el futuro, una estimación del valor de su fuerza de trabajo como asalariado; y éstos en relación a los gastos cotidianos y necesarios que tiene esta familia. Este salario a futuro se plasma en un crédito hipotecario donde no solo pagan la vivienda o el coche sino que, además, el banco se apropia una parte del salario en concepto de intereses.
El problema viene cuando el desempleo o las bajadas salariales, entre otros, se interponen en ese camino, como lo hemos podido observar y como muchas familias obreras los han vivido y están de primera mano. Y esta circunstancia no solo se vive en la época de crisis económica (en la cual se produce de manera más masiva) sino que se ha producido en épocas de crecimiento económico. Además, las sucesivas reformas del mercado laboral acontecidas en los últimos años a manos de los dos partidos políticos representantes de la oligarquía –PP y PSOE- han contribuido a crear un marco dirigido a la inseguridad en el empleo.
¿Qué significa esto? Inevitablemente significa que la venta de la fuerza de trabajo por la cual percibe un salario se ve interrumpida o ve mermado su valor; los ingresos desaparecen o descienden. Al no materializarse los ingresos que una familia estimaba utilizar, en un momento u otro deja de disponer de suficiente cantidad de dinero y deja de ser capaz de afrontar el pago de la vivienda. El banco ejecuta la hipoteca procediendo al desahucio –a la exigencia de intereses de demora, a ejecutar avales económicos, a mantener la deuda según el sistema crediticio existente, etc.-
En la superficie podemos situar que la manera de resolver este problema es creando puestos de trabajo. Es necesario luchar por defender los puestos de trabajo como primera y fundamental línea de defensa. Pero no debemos olvidar que, por un lado, la bajada salarial también causa este problema y que, por otro, no está en nuestras manos la creación de empleo sino que está en manos del mercado capitalista, el cual no es capaz de crearlo porque no está en su esencia.
De la misma manera podemos tratar de endurecer las leyes, protegiendo a los trabajadores, es decir, dificultando el despido mediante el incremento de la indemnización por despido, la derogación de los ERE´s y ERTE´s, etc. Es seguro que esto provocaría una mejora de la situación de la clase obrera. Resultaría un avance, aunque seguiría habiendo muchas posibilidades, más caras, de que se sigan produciendo los despidos, las bajadas salariales, etc. Las leyes protegían más al trabajador durante los años 80 y 90 y, a pesar de ello, se producían despidos, bajadas salariales, cierres patronales, etc. No obstante, destaparía la esencia del problema.
Bajo el pretexto de que la empresa capitalista no podría subsistir en esas condiciones en relación a las condiciones del mercado laboral en otros países, dado que perdería capacidad de competencia, se producen estas consecuencias dramáticas para las familias obreras. La competencia es una ley fundamental del régimen capitalista y otra es la propiedad de los medios de producción. Las condiciones de vida de la clase obrera se someten a éstas. Por tanto, es necesario apuntar esta propiedad para resolver definitivamente la carestía de la vida entre los obreros y obreras. Si esta propiedad es social entonces los productos y bienes de todo tipo, creados por la acción coordinada de una fuerza de trabajo social que activa los mecanismos de unos medios de producción sociales, serán puestos al servicio de las necesidades de las familias obreras por la cual se garantizará el puesto de trabajo y unas condiciones salariales y laborales en general suficientes para que estas familias vayan progresando en su vida con total estabilidad y seguridad.