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La lucha de clases no se detiene con un gobierno en funciones: no se detienen los ataques contra la clase obrera y el pueblo.

Acuerdo UE-Turquía, Rita Maestre condenada a pagar miles de euros por una protesta pacífica, violación de los derechos políticos y sindicales a las puertas de la fábrica de CocaCola en Fuenlabrada, tres años y medio de condena para el compañero Bódalo…¿Es favorable el supuesto «desgobierno» para la clase obrera y el pueblo? ¿Quién puede seguir defendiendo que desde las elecciones se han frenado los ataques contra la mayoría trabajadora? ¿Acaso no hay un gobierno del PP en funciones?

La lucha de clases no se detiene, está presente y viva en todo momento y como muestra los casos que se exponen en el párrafo anterior. A pesar de sus diferencias, todos guardan un denominador común: paso adelante de la oligarquía y nuevo golpe para la mayoría obrera y popular.

Durante el periodo transcurrido desde el 20-D la clase dominante no ha dejado de gobernar ni de dirigir el país; no ha dejado de ejercer su dictadura ni ha visto debilitada su posición de «director de orquesta». El IBEX insta y presiona para que se conforme un sólido gobierno de coalición oligárquica PP-PSOE-C´s y a su vez la UE advierte que España deberá realizar más reajustes y recortes y que tal empresa ha de recaer sobre el gobierno entrante. PSOE y C´s ya han sellado su «matrimonio» e irán de la mano a cualquier negociación, lo que parece descartar la posibilidad del «gobierno a la valenciana» que reclaman las fuerzas del campo democrático y que sería reflejo de lo que las masas votaron mayoritariamente en los comicios de diciembre (en otro artículo[1] situábamos que sería una opción de interés puesto que en lo inmediato supondría un alivio para los sufrimientos de las amplias masas pero, ante las presiones de la oligarquía y sus instituciones, mostraría o la claudicación de la democracia pequeñoburguesa o la ruptura de ese pacto con el PSOE asumiendo la entrada en un gobierno de unidad oligárquica). La campaña mediática que acompaña a los movimientos de la oligarquía para conseguir un gobierno que garantice que sus intereses privados están a buen recaudo es innegable y de un contenido abiertamente reaccionario pues se opone, por un lado, a lo que dictaron las urnas y, por otra parte, atemorizan a las masas con las inestabilidades que puedan acontecer hasta la creación del nuevo gobierno y una multitud de los supuestos peligros que existirían en el caso de entrar a formar parte del gobierno organizaciones del campo democrático.

Es evidente, que de los partidos con opciones de gobierno, sólo Podemos parece no mostrarse favorable a proseguir con «tijeretazos» que degraden, aun más, nuestras condiciones de vida y trabajo. Sin embargo, a día de hoy resulta una opción poco probable el hecho de que acaben gobernando y ya hemos visto en otros países (y de manera reciente con Syriza en Grecia) como los representantes políticos de las capas medias y la pequeñaburguesía claudican ante las presiones de la oligarquía con la consiguiente desmoralización de las masas populares movilizadas. Sobre la pequeñaburguesía nos enseña Lenin que «cercan al proletariado por todas partes del elemento pequeñoburgués, lo impregnan de este elemento, lo desmoralizan con él, provocan constantemente en el seno del proletariado recaídas de pusilanimidad pequeñoburguesa, de atomización, de individualismo, de oscilaciones entre la exaltación y el abatimiento.»[2]

Atravesados por un sinfín de contradicciones de clase, estos reformistas comparten con la clase burguesa la idea de que el capitalismo es la sociedad en la que la humanidad ha de vivir hasta su fin lo que les hace buscar fórmulas para que este sistema basado en la propiedad privada subsista mediante reformas que lo hagan evolucionar positivamente y mejoren la vida de todas las personas, obviando el antagonismo existente entre las clases sociales (pues rechazan su existencia). El famoso discurso del «reequilibrio», de la redistribución equitativa de la riqueza, les hace apostar todas sus fichas a alcanzar el gobierno, convencidos de que su «decencia» e integridad moral les permitirá cambiar las cosas sin sufrimientos ni lucha; en definitiva, creen que el capitalismo ciertamente es «el fin de la historia», que ellas/os pueden hacerlo beneficioso para el conjunto de la sociedad y por ello combaten enérgicamente las posiciones que sitúan la superación del capitalismo y la construcción del socialismo como tarea prioritaria para el progreso social, lo que vienen a considerar despectivamente «lo viejo» a pesar de que la Historia demuestre precisamente lo contrario y el socialismo haya permitido (y permita) enormes progresos sociales.

Sin duda, no sentirse representadas/os ni conformes con las actuaciones de los gobiernos capitalistas y las grandes multinacionales y corporaciones bancarias a las cuales sirven es un paso (como expresa, por ejemplo, el mensaje viral «no en mi nombre» a colación de las barbaridades que están sufriendo las/os refugiadas/os), pero no podemos detenernos ahí, porque tras tanta indignación, impotencia y amargura, no hay una propuesta que permita enfrentar con garantías de victoria los ataques que la clase burguesa ejerce en todo el mundo -violando incluso sus propias leyes- contra las/os oprimidas/os (y principalmente contra la clase obrera).

Una y otra vez nos encontramos ante dos alternativas:

O seguir pidiendo ingenuamente clemencia a los explotadores y suplicarles que «reequilibren» el sistema o construir una alternativa política revolucionaria que permita aglutinar una fuerza suficiente para poner el capitalismo «patas arriba» y construir una sociedad que ponga fin a las lacras de la actual, que supere sus contradicciones y remueva todos sus cimientos, aboliendo por primera vez en la historia, la propiedad privada de los medios de producción para que nadie pueda apropiarse del esfuerzo ajeno y la riqueza pues al igual que la producción es social así debe ser también la propieda de la misma.

La clase obrera debe tomar conciencia de su tarea histórica y liderar al resto del pueblo oprimido en su lucha por liberar a la humanidad de la explotación asalariada, de las desigualdades sociales y las guerras. Las y los comunistas no podemos mirar hacia otra parte o conformarnos con acompañar a la clase en sus legítimas luchas económicas y democráticas, sino que hemos de «reencontrar» a las/os obreras/os con la ideología que ha demostrado expresar sus intereses generales, es decir, con el Socialismo Científico. La conciencia no se genera de manera espontánea y eso nos obliga a dedicar nuestras principales energías a llevar a la clase obrera las ideas revolucionarias descubiertas y aplicadas por Marx, Engels, Lenin, etc. y organizarlas en un partido obrero que -partiendo de los postulados revolucionarios del marxismo-leninismo- sepa mantener firme el timón para guiar el progreso social.

 

 


[1]   https://www.trabajodemocratico.es/content/la-clase-obrera-ante-la-formaci%C3%B3n-del-nuevo-gobierno

[2]   «La enfermedad infantil del «izquierdismo» en el comunismo», Lenin