Quienes sufrimos la creciente explotación y opresión del capitalismo no tememos volver a las urnas y movilizarnos en las empresas y en las calles. Lo que rechazamos es que nuestros representantes den la espalda a nuestras reivindicaciones.

El pueblo español de todas las nacionalidades expresó de manera clara su voluntad en las urnas el pasado 20 de diciembre: cambiar la dirección del Estado hacia un mayor respeto por las clases populares. Millones de votos bascularon de la derecha hacia la izquierda y, dentro de ésta, del PSOE hacia Podemos y otras fuerzas afines.

El electorado tomó esta decisión a pesar de los engaños de la oligarquía, el más importante de los cuales era suspender temporalmente la adopción de nuevas medidas de expolio contra el pueblo. Después de las elecciones, ha continuado con estas y otras nuevas artimañas al calor de las negociaciones de investidura, a la espera de poder formar un gobierno que satisfaga, no la voluntad del pueblo, sino la contraria.

El pico álgido de la crisis ha pasado -hasta que vuelva a emerger- y, mientras tanto, la economía sigue deprimida. Pero no por ello los capitalistas cejan en su empeño de pagar sus deudas y de mantener su tasa de beneficios a costa de las y los trabajadores. Cada día que pasa, se impacientan más. Ahí está, por ejemplo, el aviso de que el déficit público excesivo obligará a un nuevo recorte de miles de millones de euros en el gasto público, léase gasto social sobre todo.

La lucha entre los partidos tras las elecciones ayuda a comprender mejor qué intereses reales defiende cada uno, más allá de cómo se presentan en sociedad. El PP ya se retrató en sus cuatro años de absolutismo parlamentario y ha sufrido un gran castigo incluso por una parte destacada de la clase dominante. Los movimientos de ésta se han orientado a pasarle a su otro partido de confianza, el PSOE, el testigo para ejecutar una política ligeramente diferente, pero esencialmente idéntica. Éste está cumpliendo bien y fielmente con su papel de lobo disfrazado de cordero.

Precisamente para no quedar al desnudo de este disfraz es por lo que no ha aceptado todavía la oferta del PP y de Ciudadanos de formar una “gran coalición” de gobierno. La propia burguesía prefiere, mientras le sea posible, mantener la baza de la alternancia bipartidista, para conjurar el riesgo de una alternativa contraria a sus intereses, o sea, verdaderamente democrática.

El PSOE, primero con el veto de sus “barones” y luego valiéndose de un pacto con Ciudadanos, está chantajeando a Podemos para que éste renuncie a sus compromisos con las masas populares más conscientes. Por si esto no fuera suficiente, los tres partidos oligárquicos, los grandes capitalistas y los medios de comunicación de masas elevan la presión asustando al electorado más pasivo con los perjuicios de la falta de gobierno y de la repetición de elecciones.

Aquí es donde se vuelve a poner a prueba el compromiso de Podemos y de sus socios con la democracia, ya menoscabado por su tendencia a prescindir de la movilización directa del pueblo. Hasta el presente, se han limitado a participar discretamente en las manifestaciones espontáneas de masas y ni siquiera han convocado a éstas para contrarrestar las presiones de la reacción contra el veredicto de las urnas, como sí hicieron hace pocos meses la izquierda portuguesa y el sindicato CGTP frente al parlamento de su país. Esta actitud claudicante (también de las candidaturas de «unidad popular» que gobiernan importantes ayuntamientos y, no digamos, de sus homólogos en Grecia) es un síntoma de que la pequeña burguesía y las capas medias son inconsecuentes con la democracia y con la lucha contra la oligarquía.

Quienes sufrimos la creciente explotación y opresión del capitalismo no tememos volver a las urnas y movilizarnos en las empresas y en las calles. Lo que rechazamos es que nuestros representantes den la espalda a las reivindicaciones por las que nos movilizamos, con tal de echar al PP del gobierno pero contentando las pretensiones continuistas del PSOE y Ciudadanos.

Si la democracia pequeñoburguesa no cede y vamos a nuevos comicios, la campaña electoral habrá de servir para que sus dirigentes nos ilustren sobre las condiciones que los partidos oligárquicos trataron de imponerles. Esto es lo que determinará la cantidad de votos que obtendrán y no las encuestas previas practicadas entre una población atemorizada y desinformada. Si muestran firmeza, la nueva y justa batalla electoral contribuirá a elevar la moral de lucha de la vanguardia del pueblo que es la parte del mismo indispensable para cualquier progreso real. Si, en cambio, capitulan y colaboran con un gobierno de traición a los intereses de la mayoría trabajadora, se hundirán.

Los obreros más conscientes seguiremos apoyando a Podemos, a IU y a toda la democracia no proletaria cuando se ponga de parte del pueblo y contra la oligarquía. A medida que el movimiento obrero aprenda de esta democracia inconsecuente -apoyándola cuando lucha y denunciándola cuando se arrodilla-, y también a medida que los comunistas le aportemos la conciencia y la organización que nos corresponde aportarle, nuestra clase social superará su actual crisis de identidad, se pondrá al frente de la lucha democrática del pueblo y la conducirá hasta el final, hasta la conquista de la sociedad socialista. En eso estamos…