Sobre la cuestión de la población migrante residente en nuestro país: ¿desde qué perspectiva debemos analizar estas problemáticas y demandas y en base a qué propuesta programáticas podemos resolver la actual condición de la población migrante en nuestro país? El fenómeno migratorio de origen africano (en el que se enmarcan los protagonistas de la protesta en el CIE de Aluche) es necesario estudiarlo desde el reconocimiento de la existencia de un sistema imperialista donde la inmensa mayoría de las naciones y pueblos africanos ocupan una posición dependiente, mientras que España se sitúa en una posición imperialista.
La protesta acontecida en el CIE de Aluche protagonizada por 39 inmigrantes no modificará la agenda regular de las instituciones españolas y europeas, expulsando a estas personas del país. La acción, que ha tenido una duración de casi doce horas, ha cesado sin incidentes y con un acuerdo con la dirección del centro. Según ha manifestado la Policía Nacional a los medios de comunicación la protesta se ha resuelto sin ningún herido y con un compromiso con la dirección del centro de tener una reunión para tratar la situación. Tal vez lo más significativo es que no haya constancia sobre reivindicaciones específicas de los manifestantes, esto plantea el debate sobre la cuestión de la población migrante residente en nuestro país: ¿desde qué perspectiva debemos analizar estas problemáticas y demandas y en base a qué propuesta programáticas podemos resolver la actual condición de la población migrante en nuestro país?
Un diagnóstico en condiciones requeriría un análisis más profundo sobre las causas del fenómeno migratorio y su evolución a lo largo de la historia en nuestro país. Bastará decir, con el objetivo de contextualizar, que el fenómeno migratorio de origen africano (en el que se enmarcan los protagonistas de la protesta en el CIE de Aluche) es necesario estudiarlo desde el reconocimiento de la existencia de un sistema imperialista donde la inmensa mayoría de las naciones y pueblos africanos ocupan una posición dependiente, mientras que España se sitúa en una posición imperialista. Las grandes poblaciones africanas que inician su marcha hacia Europa suelen hacerlo tras verse sometidas a flagrantes condiciones de pobreza, al ser desposeídos de sus escasas posesiones (por ejemplo, propietarios de tierras) o al buscar una salida para resolver problemas cotidianos que sus salarios y medios de vida no resuelven, debido a las inhumanas condiciones de subdesarrollo en las que se desenvuelven.
La existencia de estas condiciones de subdesarrollo es obra del capital financiero transnacional. En la búsqueda de mercados y sectores competitivos, las grandes corporaciones financieras buscan la manera más rentable para maximizar sus inversiones. Para ello quieren asegurar dos objetivos: el control de materias primas para la producción y bajas condiciones salariales. En la búsqueda de estos requisitos, el capital financiero (nos referimos a aquel en el que la banca y la industria ya han contraído un sólido matrimonio) insta a los Estados de los países imperialistas sobre los que influyen (España, Francia, EE.UU, Reino Unido o, incluso, a instituciones supranacionales que engloban a un conglomerado de estos países, como la OTAN, la UE…) a asegurar que las inversiones en estos países cubren unos estándares de estabilidad y rentabilidad. En este esfuerzo por asegurar el control del mercado y la rentabilidad del negocio se perpetúan las condiciones de subdesarrollo en el tercer mundo.
Estas condiciones se instauran en muchos casos por apoyo militar directo o indirecto a gobernantes serviles a los intereses imperialistas, asegurando así concesiones beneficiosas para el capital financiero transnacional, los cuales aplican políticas que restringen el desarrollo económico propio de estos países (que ni siquiera logran consolidar un mercado nacional estable). Pero ahí no queda la cosa. Estas condiciones de subdesarrollo se perpetúan mediante una infinidad de mecanismos que van desde las normativas arancelarias hasta la política de préstamos que encierran al Estado, a los productores nacionales y a los asalariados en una espiral de dependencia hacia el centro imperialista. No entraremos a catalogar todos y cada uno de los mecanismos existentes para reproducir esta situación, nos bastará con remarcar que la desigualdad entre los países imperialistas y los países dependientes se instaura como una ley del funcionamiento de nuestro actual sistema capitalista.
Además, los empresarios capitalistas en los países imperialistas como el nuestro se aprovechan de este desarrollo desigual para utilizar a las y los trabajadores migrantes como mano de obra “a precio de ganga”. Así, presionan a la baja el precio de la fuerza de trabajo: el salario. Dado que las y los trabajadores migrantes suelen proceder de países donde el nivel de vida es menor (y con él, el ingreso que en esas sociedades se considera suficiente para reproducir tal nivel de vida), encuentran en este colectivo una fuente de mano de obra dispuesta a ser explotada por debajo de las condiciones “normales” en los países imperialistas. De este modo se agudiza la competencia entre trabajadores, lo que permite a los empresarios capitalistas fomentar la división y la fragmentación de la clase obrera. Esta división se traslada a su vez a ámbitos más allá de lo económico, pues el desarrollo económico desigual también implica una desigualdad en el desarrollo político y cultural. Así, a la competencia económica entre trabajadores “autóctonos” y migrantes se añaden también los choques de carácter étnico e incluso religioso. Conflictos que los empresarios capitalistas y sus representantes políticos están interesados en explotar y agudizar, pues dividen a las y los obreros como clase y distrae su atención respecto de sus intereses reales.
Así pues, cuando en los países imperialistas afrontamos el fenómeno migratorio como receptores y lo catalogamos como “problema”, estamos siendo los recolectores de las trágicas consecuencias del capital financiero arropado bajo la bandera de nuestro país (entre otros tantos). Es sencillo ver que, desde la perspectiva de nuestras también difíciles vidas como trabajadores asalariados, el fenómeno migratorio es algo externo, una nueva contradicción o problema que se suma a la tan ardua lucha por mejorar nuestro salario, obtener mejores servicios públicos o conseguir derechos para poder ser escuchados y tenidos en cuenta. Pero la paradoja que debe hacernos reflexionar es que, pese a que su procedencia venga de miles de kilómetros de distancia, a que nos hayan separado océanos e incluso continentes, hay un elemento que nos liga con todas esas personas que acaban encerradas en un CIE: Los responsables de su situación como migrantes y de la nuestra como trabajadores asalariados en España son los mismos, los propietarios de las empresas y bancos, es decir, los burgueses.
Visto el proceso desde esa perspectiva tal vez deberíamos decir que los fenómenos migratorios no son un problema, sino que el problema es más bien el imperialismo que somete a condición de subdesarrollo a regiones enteras del planeta obligando a sus habitantes a migrar a otros países y continentes. Que el migrante no es un competidor, sino un hermano de otro pueblo que ha venido a nuestra tierra a ganarse la vida. Y que el enemigo es el mismo, una clase social que somete a la miseria a un país en África mientras que lucha activamente por recortar el derecho a nuestra salud o bajarnos el salario en España buscando el mismo objetivo: el máximo beneficio.
Así que cuando el migrante llega en situación “ilegal” a España se encuentra con una multitud de barreras de contención levantadas por los actores e instituciones conformantes del sistema imperialista internacional. Una de estas barreras es física, y es la propia existencia de la frontera, la misma muchas veces viene acompañada de componentes disuasorios criminales, como los muros en México o Melilla. La siguiente es legal, aquí el concepto de nacionalidad es una restricción para poder desenvolverse en igualdad formal de condiciones con el resto de personas del país al que llega. Otra es social, siendo desprovistos de su condición de ciudadanos (ese tramposo concepto que hace parecer igual ante la ley a un obrero y a un empresario), no siendo reconocidos muchas veces por la comunidad como uno más de sus miembros, desprovisto del derecho a opinar, decidir y tomar decisiones. Y también existen multitud de barreras represivas para la expulsión: aquí nos encontraríamos el CIE. No son casuales las condiciones lamentables en que los migrantes son hacinados en los CIEs antes de ser deportados. Ello tiene precisamente mucho que ver con el antagonismo “migrantes vs autóctonos” que los empresarios capitalistas están interesados en fomentar entre la clase obrera. Así, los trabajadores migrantes son tratados como ganado, empleando los CIEs como fusta para “disciplinar” a tal ganado que se pretende explotar.
Todas estas barreras han sido levantadas por y para los intereses imperialistas. Así, si la existencia del imperialismo es internacional, la solución política a las consecuencias generadas debe tener vocación internacional.
Nuestro programa en España debe tener una vocación internacionalista. Esto no significa que un programa político de transformación socialista debiera promover la injerencia española en otros países, sino que debe luchar activamente contra el imperialismo y todas aquellas instituciones y dinámicas que inserten la desigualdad entre países.
En primer lugar, deben expropiarse todas las empresas de carácter transnacional y su relación con los países hoy dependientes debe contribuir al desarrollo de las fuerzas productivas y mejora de las condiciones de vida de estos lugares. En segundo lugar, nuestro país debe practicar un comercio internacional regido por los principios del desarrollo de ambos países y de la erradicación de la pobreza. Esto excluye automáticamente toda política de préstamos abusivos y especulación con la deuda pública. En tercer lugar, nuestro país debe promover la autoorganización de la clase obrera y otros sectores oprimidos en estos países para que tomen su destino en sus propias manos.
En lo referente al fenómeno migratorio ilegal en nuestro país, será algo que no podrá normalizarse hasta que las causas actuales del mismo no sean superadas. Sin embargo, aunque no podamos resolver en poco tiempo las consecuencias del imperialismo, sí podemos y debemos exigir la supresión de todo régimen de internamiento lesivo para las condiciones y dignidad de las personas migrantes. Si bien la pobreza mundial es algo que no se puede resolver en un solo país, el trato digno a las personas migrantes es algo que debemos exigir y que debería ser un principio inalienable de todo proyecto político progresista. El primer paso consiste en combatir la política de la burguesía dirigida a fomentar el antagonismo “migrantes vs autóctonos”. Ello requiere de la unidad de la clase obrera, por encima de etnias y nacionalidades, para la lucha contra los burgueses que explotan tanto a “autóctonos” como a migrantes. Y no podremos lograr esto si toleramos que a hermanos y hermanas de la clase obrera procedentes de otros países se les trate como a ganado.
Por eso nuestra vocación debe dirigirse a construir el socialismo. Entender el acto de revolución política en nuestro país como un desafío al sistema capitalista-imperialista mundial. Organizar la revolución en España es el primer acto para derrotar al imperialismo a nivel mundial. Será una lucha larga y no inmediata. Organizar la revolución socialista en España es necesario para abrir una ventana de esperanza en toda la humanidad progresista, que especialmente en los países dependientes servirá como punto de apoyo para subvertir las salvajes consecuencias del imperialismo.